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DON QUIJOTE de la Mancha


Del Quijote y de su autor se ha dicho ya casi todo y aun no se ha escrito la última palabra. Nuevas ideas brotan siempre de ese manantial de sugerencias que son Cervantes y la gran obra. Y aun parece haber quien se entretienen en coleccionarlas. Pero el día que nos cansemos de tratar de encerrar en archivos y fichas los descubrimientos e interpretaciones -infinitas- que los eruditos extraen del Quijote, bien pos hastío, bien porque nos rinda la pirueta inmensa y rica de su vida, advertiremos pasmados que estábamos intentando codificar la vida misma. No es que hayamos de menospreciar el trabajo de los eruditos. Al contrario; gracias a ellos conocemos gran parte de ese prodigioso mundo que un genio nos ha legado. Pero es forma de leer el Quijote, atentos y distraídos a la vez, turbando la lectura con notas, estudios críticos, bibliografías, fechas y demás disquisiciones. Hay que adentrarse en él sin ojos críticos, más bien asombrados. Hemos tenido la suerte de nacer cuatrocientos años después de Cervantes; ya no es hora, pues, de descubrir mediterráneos: gocemos de ellos. Inmersos en la comedia y tragedia que se nos cuenta, ávidos y con la respiración contenida.





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